El mundo enfrenta uno de los momentos más críticos de toda su historia. A las aterradoras cifras de los fallecimientos causados por la pandemia del coronavirus, la humanidad suma la crisis de la información. La infodemia, término acuñado por la Organización Mundial de la Salud para referirse a la epidemia de desinformación, se extiende tan rápido como el COVID-19. La necesidad de atenuar el pánico inducido por el virus con información científica veraz se convierte en el caldo de cultivo perfecto para difundir falsas noticias con igual o mayor velocidad de transmisión que la del virus.
Las noticias falsas no son nuevas. Son tan viejas como la historia de la comunicación, pero en tiempo de redes sociales su diseminación se antoja inatajable. Este tipo de información puede propagarse 70 veces más rápido que una noticia verdadera. Intereses ideológicos o económicos son las principales razones para el crecimiento inusitado de las llamadas por Donald Trump “fake news”. Marc Amoros, experto español en este tema, indica que el negocio de estas noticias es tan lucrativo que un internauta puede ganar entre 4.000 y 5.000 euros mensuales fabricando infundios.
Desafortunadamente, la salud no está exenta de esta deleznable práctica. Gracias a los efectos de la desinformación -producida por estos intereses oscuros- se ha puesto en duda la importancia de la vacunación en el mantenimiento de la salud mundial y se ha entorpecido el adecuado manejo de la pandemia por COVID-19, entre muchos otros ejemplos.
Partiendo del concepto anterior, revisé el impacto de la noticia falsa en reumatología. Una rápida busqueda en Pubmed arrojó, para mi sopresa, cero artículos. No hay, hasta abril del 2020, un texto indexado sobre este particular tema.
Pensándolo bien, no debería estar sorprendido. Desde hace muchos años en reumatología las noticias falsas son la orden del día. Mucho antes del Internet y los medios sociales, cuando la información se movía con la velocidad de la radio bemba*, ya se conocían las terapias “curativas” de la artritis.
Eran los pacientes y sus acompañantes, decepcionados por la lentitud de la ciencia y esperanzados en los rápidos tratamientos ofertados por los mercaderes de la salud, quienes pasaban la información sobre las milagrosas curas.
Hoy, cuando la reumatología vive la sofisticada era de los tratamientos con medicamentos biológicos; los embriones de pato, el nony, el jengibre, la Moringa y muchas otras preparaciones son anunciadas por el doctor Google y demás medios sin ninguna traba, sin filtro, sin ninguna prueba de su efectividad, casi que de manera impune, sobran los argumentos respaldando sus bondades, economía, capacidad pleiotrópica, incapacidad para producir efectos secundarios, no hay límite para tanta falsedad.
Es tal el crecimiento de este próspero negocio que se espera para el 2022 una nueva pandemia en la que el 50% de las informaciones serán publicadas sin confirmación, sin revisión por pares, sin ningún respaldo que asuma la responsabilidad de la noticia. No importará la salud de los consumidores de medicamentos tan falsos como las noticas que los promocionan. Ante este inminente infocalipsis surge la pregunta: ¿existe alguna forma de evitar esta ruina?
La educación es la respuesta, con un precepto fundamental, quitar el estatus otorgado de noticia y calificarla como lo que es: una mentira. Lo segundo es retomar el periodismo científico serio, aquel que estimula la revisión por pares, que se toma el tiempo para contrastar una información por cierta que parezca. Las instituciones serias, productoras de “real news” ayudarán entonces a luchar contra esta y las próximas infodemias.
*Radio Bemba: Locución utilizada en el Caribe que significa rumor falso.