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Morir, eso no se le hace a un gato

Por : Fernando Neubarth
Médico e escritor. Especialista em Clínica Médica e Reumatologia. Chefe do Serviço de Reumatologia do Hospital Moinhos de Vento. Presidente da Sociedade Brasileira de Reumatologia/SBR 2006-2008. Presidente do Conselho Consultivo da SBR.



30 Septiembre, 2022

https://doi.org/10.46856/grp.22.e140
Citar como:
Neubarth F. Morir, eso no se le hace a un gato [Internet]. Global Rheumatology. Vol 3  / Jul - Dic [2022]. Available from: https://doi.org/10.46856/grp.22.e140

"Tres casos, tres muertes, tres historias y una misma pasividad de la sociedad, a veces insensible, y sorprendente en relación con el juicio de esta realidad."

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Morir, eso no se le hace a un gato


Fernando Neubarth, MD

Cite as: Neubarth Fernando. Morir, eso no se le hace a un gato [Internet]. Global Rheumatology. Pan American League of Associations of Rheumatology (PANLAR); 2022.. Available from: https://doi.org/10.46856/grp.22.e140

 

"Morir, eso no se le hace a un gato. ¿Por qué? ¿Qué puede hacer un gato en un piso vacío? ¿Trepar por las paredes? ¿Restregarse entre los muebles? Parece que nada ha cambiado y, sin embargo, ha cambiado. Que nada se ha movido, pero está descolocado. Y por la noche la lámpara ya no se enciende. Se oyen pasos en la escalera, pero no son los mismos. La mano que pone el pescado en el plato tampoco es aquella que lo ponía. Hay algo aquí que no empieza a la hora de siempre. Hay algo que no ocurre como debería.  Había alguien aquí que había estado y estuvo mucho tiempo y que de repente se fue y ahora insistentemente no está. Rebuscaron en todos los armarios, recorrieron la estantería, asomaron debajo de la alfombra. Incluso se violó la prohibición y se han desparramado los papeles. ¿Qué más se puede hacer? Dormir y esperar. Cuando regrese, verá, verá cuando llegue. Se va a enterar que eso no se le puede hacer a un gato. Irá hacia él como si no quisiera, despacito, con las patas muy ofendidas. Y nada de saltos ni maullidos. Al menos al principio." En ‘Un gato en un piso vacío’ de Wislawa Szymborska (1923-2012), escritora polaca, ganadora del Premio Nobel de Literatura en 1996, toda la extrañeza y indignación ante la ausencia que impone la muerte y que desconcierta -o quizás no tanto- la naturalidad del mundo. 

gato"Archivo personal: El gato Fritz y el amigo litográfico de Miriam Tolpolar"
Las noticias de Italia, en aquellos días de asombro, me recordaron este poema. Informa que el 4 de febrero de 2022, en Prestino, Provincia de Como, en Lombardía, fue encontrado el cuerpo de una mujer de 70 años. Marinella Beretta se había sentado en aquella silla de su casa y permaneció así, por imposición de la muerte, durante dos años.
No tenía parientes y los vecinos no la habían visto en al menos dos años y medio. Pensaron que se había mudado por la pandemia. El hallazgo se dio porque las autoridades fueron alertadas del riesgo de caída de árboles y descuido del jardín. El caso no solo sacudió a la región, reconocida por el atractivo turístico del famoso Lago del norte de Italia, sino que también revela cuánto está sumergido en nuestras relaciones comunitarias. La soledad y el abandono no se limitan a los confines del paraíso.

La ministra italiana de la familia, Elena Bonetti, dijo que "lo que le pasó a Marinella Beretta, soledad olvidada, hiere nuestra conciencia". El diario Il Messaggero fue un poco más incisivo: "La misteriosa vida invisible de Marinella detrás de la puerta cerrada de su casa nos enseña una terrible lección. La gran tristeza no es que no se dieran cuenta de su muerte. Es que no se dieron cuenta de que ella estaba viva".

Poco antes ya había llamado la atención otra muerte, no tanto por sus circunstancias sino por tratarse de un personaje muy conocido. El 18 de enero, el fotógrafo suizo René Robert, de 85 años, aclamado por su trabajo testimonial sobre el arte flamenca del Siglo. XX, salió a caminar después de la cena. Es poco probable que nadie notara aquel cuerpo en la Rue Turbigo, en el centro de París, una zona con muchos restaurantes. Estuvo inconsciente durante unas nueve horas en una noche fría, hasta que un vagabundo llamó a los servicios de emergencia a las 6:30 de la mañana. Fue llevado al hospital donde se le diagnosticó un traumatismo craneoencefálico e hipotermia severa como causa de la muerte. Su amigo, el periodista Michel Momponent, lamentó el "final trágico y repugnante" que "nos enseña algo sobre nosotros mismos", un "asesinato por indiferencia".

El 24 de enero, el inmigrante congolés Moïse Kabagambe, de 24 años, fue asesinado a golpes en un quiosco de la playa de Barra da Tijuca, en Río de Janeiro, un episodio de xenofobia y cruel indiferencia hacia la vida que, quizás, no pasó desapercibido porque fue grabado por cámaras de seguridad.

Solo tres de las muchas historias que rondan estos tiempos, sin contar las más de 650.000 muertes atribuidas al covid-19, solo en Brasil. Números que siguen creciendo. Muchas de ellas son provocadas también por distintos grados de indiferencia deliberada, lo que se traduce en una pasividad igualmente insensible y sorprendente en relación con el juicio de esta realidad. Agreguemos a eso los cientos de insepultos enterrados con cada nueva lluvia de verano. Y la posibilidad de una guerra nuclear, el cenit de toda soledad.

En el poema de Wislawa Szymborska, el gato nos redime. Sabe indignarse por la pérdida, se enfurruña, promete no permanecer indiferente y mostrar su disgusto por la villanía que le inflige la muerte. “Al menos al principio”.

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