Mística
Elias Forero Illera
Newsweek publicó recientemente la clasificación de los 250 mejores hospitales del mundo (1). Pocas noticias despiertan tanto interés como conocer el ranking de algo. Apenas vi el titular de la revista abrí su página en internet. Muchas preguntas me hacía mientras leía el artículo con avidez. ¿Cuáles eran los mejores? ¿Cuál sería el mejor en español? ¿Cuáles fueron los criterios de elección?
El mejor, la clínica Mayo de Rochester; el Hospital Universitario La Paz el mejor en español. Los criterios de elección se resumían en un par de frases: “Lo que ha diferenciado a los principales hospitales del mundo es su permanente capacidad para brindar atención al paciente de la más alta calidad y realizar investigaciones médicas críticas incluso mientras se enfocaban en luchar contra el COVID”
"Una cierta mentalidad intelectual, una cultura académica, un fuerte enfoque en los resultados de los pacientes y un entorno inspirador para los jóvenes talentos son los ingredientes de un hospital de primer nivel que perdura durante décadas".
Esta última frase me recordó una nota escrita para mi hija que empezaba sus primeros semestres en la facultad de medicina y que hoy quiero traer gracias a la noticia de Newsweek.
Entré al Hospital San Juan de Dios de Bogotá con unas expectativas solo comparables con las de un niño entrando a Walt Disney World. En el San Juan se practicaba la mejor medicina que haya visto en todo mi ejercicio profesional. La anterior aseveración no se fundamenta en que ese hospital dispusiera de la mejor tecnología o la mejor infraestructura. No, de eso solo había lo necesario.
Lo que sobraba, en cambio, era mística, ganas de atender gente, de encontrar diagnósticos, de salvar vidas sin importar estrato social o alcurnia.
En el San Juan no se preguntaba por pólizas, seguros o responsables de la cuenta, se atendía y ya.
Este texto fue leído por mi hija Laura, quien un tanto incrédula, preguntó si lo referido era cierto. Pensó que se trataba de una trampa más, tendida por la nostalgia, en la cual caen aquellos que escriben sobre el pasado sin tener contradictor.
“Claro que es verdad”, contesté inmediatamente. “Te contaré el caso de un hombre que llegó una noche cualquiera a la urgencia del San Juan”, agregué.
Era joven, ingresó entrada la noche por un intenso dolor en el costado derecho. Pasó de inmediato al consultorio de medicina interna en donde estaba de turno. Luego de hacer la historia clínica concluí que se trataba de una lesión inflamatoria que comprometía la pleura y había que estudiarlo. Ordené exámenes de laboratorio, radiografía de tórax y un analgésico. Me distraje atendiendo los innumerables pacientes cuando me avisaron que el dolor del paciente aumentaba considerablemente y el analgésico ordenado no parecía suficiente terapia para aliviar el dolor, había que tomar otras medidas.
Decidí no esperar al camillero, lo monté en una silla de ruedas y nos dirigimos a la sala de radiología del servicio de urgencias. Los laboratorios estaban en proceso y faltaba la radiografía. El técnico de rayos X, también ocupado, indicó que dejara al paciente al lado de la puerta; lo pasaría a la primera oportunidad. En San Juan el trabajo sobraba, de manera que me ocupé viendo otros pacientes mientras tomaban la placa.
El técnico llegó minutos después con la placa en la mano. Por el dolor tan intenso esperábamos una gran lesión, pero la imagen no decía mucho. Una pequeña opacidad en la base derecha se observaba en la radiografía y punto, el resto normal. El residente de radiología, alertado por el técnico, llegó a dar una mano con el caso. Decidimos hacer una ecografía. El eco mostraba una colección, de poco volumen, en el área de la opacidad vista en la placa. Ese era el problema. Necesitábamos un equipo de mayor resolución de manera que montamos a nuestro paciente en su silla de ruedas y subimos al servicio de radiología.
El dolor ahora se acompañaba con escalofríos, el paciente se sentía peor. El equipo, de mayor resolución, mostraba la colección de volumen escaso, claramente coincidente con el sitio del dolor. Utilizando una jeringa puncioné la zona con facilidad bajo la visión ecográfica. Un líquido verde, espeso y fétido drenó sin dificultad. Obtuve unos 10 cc, la pantalla no mostraba colecciones. Al retirar la aguja el dolor disminuyó notoriamente, el hombre se sentía mejor. Regresamos a urgencias, debía ser evaluado por cirugía.
Cuando los cirujanos evaluaron al paciente el dolor y los escalofríos habían desaparecido. Debido a que la colección fue drenada totalmente decidieron continuar el tratamiento con antibióticos sin poner un tubo a tórax. Al despuntar el alba, el paciente estaba hospitalizado en una camilla de urgencias, sin dolor y sin fiebre. Siete días después fue dado de alta con recuperación total y sin tubos.
Todo lo anterior fue hecho durante una noche, en pocas horas, sin pedir órdenes, autorizaciones, tarifas, nada. Un mundo irreal a la luz de los conceptos administrativos y financieros que gobiernan la salud actualmente.
Me da cierta lástima saber que Laura, hoy estudiante de Medicina, no podrá vivir esos momentos mágicos, utópicos si se quiere que yo viví en San Juan de Dios. El hospital fue cerrado gracias a la inoperancia de gobiernos y dirigentes.
Hoy, luego de leer el ranking de hospitales, recordé esta nota escrita en homenaje al hospital en donde recibí mi entrenamiento y además, revivo la esperanza de que Laura y ahora Miguel, mis hijos médicos en formación, encuentren un cupo en algún hospital en donde la mística del cerrado San Juan todavía exista.
Referencias
1. World´s Best Hospitals Disponible https://www.newsweek.com/worlds-best-hospitals-2022/