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Cartas de Porto Alegre

Por : Fernando Neubarth
Médico e escritor. Especialista em Clínica Médica e Reumatologia. Chefe do Serviço de Reumatologia do Hospital Moinhos de Vento. Presidente da Sociedade Brasileira de Reumatologia/SBR 2006-2008. Presidente do Conselho Consultivo da SBR.



01 Junio, 2020

https://doi.org/10.46856/grp.22.e022
Citar como:
Neubarth F. Cartas de Porto Alegre [Internet]. Global Rheumatology. Vol 1 / Jun - Dic [2020]. Available from: https://doi.org/10.46856/grp.22.e022

"Vivimos en una época extraordinaria. La tecnología permite que el conocimiento realice sueños y alcance distancias que hacen recordar el título de la serie televisiva creada por Rod Sterling en la transición de los años cincuenta y sesenta, llevándonos hacia la Dimensión desconocida."

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De pasiones, meteoros, agujeros negros y fósforos encendidos

Tengo un amigo, Carlos Fernando Jung, que vive en la ciudad donde crecimos, Taquara do Mundo Novo. Es ingeniero y profesor y pasa las noches, dicen, filmando el cielo de esa esquina al sur de Brasil. Logró registrar, en la madrugada del viernes, 12 de abril de 2019, la caída de un meteoro. Se estima que la piedra tenía un volumen de 12 kilos cuando entró en la atmósfera terrestre a 122 mil km/h, para luego extinguirse a aproximadamente 36 kilómetros de altitud, aparentemente sin causar daños, según los informes de prensa.

Si bien no causó daños, sí logró impresionarme.

Esto ocurrió la misma semana en que la joven investigadora Katherine (Katie) Louise Bouman, de 29 años, formada en ciencias de computación en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), al frente de un equipo de 200 científicos, capturó por primera vez la imagen de un agujero negro. La hazaña fue lograda a partir de un algoritmo creado por Katie, que combinó las imágenes obtenidas por ocho telescopios alrededor del mundo y recolectó ocho petabytes de datos para conseguir este resultado. El agujero negro captado en la imagen tiene 40 mil millones de kilómetros de diámetro, un número aproximadamente 3 millones de veces mayor que el tamaño de nuestro planeta. Mas tal vez lo mejor aún sea la mezcla de incredulidad y satisfacción en el semblante exhibido por la muchacha en su perfil de Facebook. En una entrevista con el Washington Post, contó que llevaba casi seis años trabajando en el algoritmo y, como si precisara justificarse, afirmó: “Estoy interesada en cómo podemos ver o medir cosas que son consideradas invisibles para nosotros”.

La comprobación de la existencia del agujero negro demuestra que la teoría diseñada por Albert Einstein (1879-1955) era correcta. El triunfo de la tecnología actual y de la genial teoría general de la relatividad de Einstein abre el camino para nuevas comprensiones sobre la existencia. Por un lado, destaca nuestro potencial de ser grandes, mientras por el otro nos demuestra cuán ínfimos somos, apenas un oscuro punto del universo.

Vivimos en una época extraordinaria. La tecnología permite que el conocimiento realice sueños y alcance distancias que hacen recordar el título de la serie televisiva creada por Rod Sterling en la transición de los años cincuenta y sesenta, llevándonos hacia la Dimensión desconocida.

Es un momento definitivo en la historia de la humanidad, tal vez sólo comparable con la democratización del acceso a la información con la invención de la prensa de tipos móviles, en Mainz, en 1450. El surgimiento del libro, arma, bandera, alimento, cambió el mundo. De Gutenberg a Zuckerberg se cierra un ciclo, vivimos una nueva revolución. Magnífica y al mismo tiempo intimidante. Las mismas fake news (noticias falsas), antes panfletarias o transmitidas en diarios, acordadas por intereses o bajo la presión de la censura, ahora son difundidas instantáneamente, alrededor del globo o a los confines de la tierra plana, como aún la imaginan algunos.

El novelista gaucho, brasileño, Érico Veríssimo (1905-1975), en el primer volumen de Solo de clarinete, definió bien su papel de literato:

Me anima hasta hoy la idea de que lo mínimo que un escritor puede hacer, en una época de atrocidades e injusticias como la nuestra, es encender su lámpara, traer luz sobre la realidad del mundo, evitando que sobre aquel caiga la oscuridad, propicia para los ladrones, los asesinos y los tiranos. Sí, sostener la lámpara, a pesar de la náusea y del horror. Si no tuviéramos una lámpara eléctrica, encendamos nuestras velas o, en últimas, encendamos fósforos repetidamente, como una señal de que no abandonamos nuestro puesto”.

Volviendo a nuestros tiempos, recordé a Platón (427 a.C.-347 a.C) y su alegoría de la caverna. Si tenemos la chance de liberarnos, es preciso intentar traducir y dar testimonio sobre aquello que antes sólo percibíamos como sombras. Para su discípulo predilecto, Aristóteles (384 a.C.-332 a.C.), para ser feliz es necesario hacer el bien a los demás, lo que caracteriza al hombre como un ser social y, más precisamente, como un ser político. En el mejor sentido de la palabra. También explica la abnegación institucional, responsable por la génesis, desarrollo y supervivencia de asociaciones y, en consecuencia, ligas y confederaciones.

De nuevo, sirve escuchar a Einstein:

Todo cuanto en nuestras instituciones, leyes y costumbres es moralmente valioso, tiene origen en las manifestaciones del sentimiento de justicia de innumerables individuos a lo largo de los tiempos. Las instituciones son impotentes en el sentido moral, si no fueren apoyadas y alimentadas por el sentido de responsabilidad de individuos vivos”.

De Barranquilla, Colombia, recibo de parte del entusiasta Carlo Vinicio Caballero Uribe, expresidente de la Liga Panamericana de Asociaciones de Reumatología (PANLAR), una propuesta y un desafío. Participar con una columna en ese nuevo órgano de divulgación de la entidad, la revista Global Rheumatology (PGR), cuyo objetivo es estimular permanentemente el conocimiento, la formación y la reflexión. Aún teniendo conciencia de que también nosotros somos meteoritos, de breve paso, cabe a cada uno buscar, en la medida de sus posibilidades, contribuir en este intento.

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