El verdadero inicio de un nuevo siglo, de una nueva era, no se produce por el simple e ineludible cambio de fecha en el calendario. Con la perspectiva del tiempo se fijan los hitos ocurridos durante el camino transitado por la humanidad, estos servirán para identificar el verdadero inicio y final de las etapas de nuestra historia.
Sin lugar a duda, la pandemia producida por el COVID-19 y sus consecuencias, se constituye en el hito marcador del verdadero cierre del siglo XX y del inicio operativo del siglo XXI. Una consecuencia de esta pandemia, también convertida en hito modificador de la historia, es el advenimiento forzado de la virtualidad.
Está claro, alguien debía sostener las maltrechas actividades económicas y sociales que las medidas para contener el avance del virus obligaron a tomar. La comunicación con medios tecnológicos entró de lleno, sin estar completamente preparada: en la educación, en la salud, en el comercio, en prácticamente todas las actividades sociales. Es de tal magnitud su penetración que en una entrevista reciente la ministra de Educación colombiana, María Victoria Angulo, puntualizó: “la virtualidad llegó para quedarse”.
En la salud los hechos también confirman a la ministra colombiana. Los más grandes eventos académicos de la medicina mundial y regional ocurren con la ayuda de la virtualidad. Las cifras presentadas por los organizadores indican que el éxito acompaña la nueva realidad de la comunicación mundial.
La cotidiana y muy tradicional consulta médica también se ve impactada, según cifras de la Asociación Colombiana de Empresas de Medicina Integral (ACEMI), desde marzo, se han realizado cerca de 9,5 millones de teleconsultas. Encuestas hechas en Brasil revelan que tanto médicos como pacientes ven con agrado el uso de la comunicación virtual en la consulta. La virtualidad en la salud también llegó para quedarse.
Sin embargo, ante este hecho que parece inexorable, debo manifestar mis reparos a esta nueva realidad antes de olvidar cómo era la vida cuando el COVID-19 y la comunicación a través de un computador, eran solo parte de las películas o de las aventuras del capitán Kirk y el señor Spock.
Es prudente dejar muy claro que no estoy en contra de asumir los desarrollos tecnológicos. Bienvenido todo avance producto de una tecnología respetuosa de los tiempos del proceso. El problema consiste en que la temida pandemia precipitó las cosas.
La situación de confinamiento y la necesidad de mantener la cotidianidad llevó a la adopción de una virtualidad todavía cruda. Una técnica adoptada con premura pierde en su desarrollo un aspecto fundamental, la gradualidad, esa que permite pulir los defectos, identificar los errores, afinar los tiempos, en fin, la que da el perfecto acabado.
La virtualidad asumió sobre la marcha, sin saber cómo ni por dónde, la mayor parte de las actividades de una sociedad en cambio de siglo, cumpleaños, conciertos, matrimonios, funerales, conferencias, clases, consultas médicas todo se trasladó a las plataformas digitales sin discriminación; sin haber resuelto previamente aspectos tan elementales como la disponibilidad de equipos adecuados o la capacidad de banda ancha o de pronto tan banales como la etiqueta.
En Latinoamérica, un porcentaje apreciable de la población aún no cuenta con los elementos tecnológicos o de comunicación necesarios para recibir clases o atender consultas virtuales; peor aun, disponiendo de ellos no saben usarlos.
El tiempo de las personas y de las familias tampoco se toma en cuenta; se supone, erróneamente, que al estar confinados y con algún elemento tecnológico a la mano es fácil programar actividades a horas que sin virtualidad y confinamiento serían totalmente improcedentes. Estar en casa con un computador a la mano no significa que estemos todo el tiempo en la disposición de atender menesteres electrónicos. Tener un teléfono móvil con buena conectividad no autoriza a realizar una teleconsulta médica desde un autobús o mientras se realiza un trámite bancario.
Actividades no digitales como el ejercicio, la buena lectura, las relaciones familiares, el descanso y muchas otras también requieren tiempo para ejecutarlas y se deben respetar. El equilibrio es importante y necesario, la virtualidad en la vida es un progreso esperado, pero la tecnología para tener una “vida virtual” sería la peor consecuencia de esta pandemia.